domingo, 23 de septiembre de 2018


La adicción al celular, un problema de humanidad





El uso extendido de estos dispositivos está afectando todas las actividades humanas.
Las tres cuartas partes de la humanidad tienen ya un celular. En Colombia, el Dane registró que, en 2016, en el 96,4 % de los hogares del país algún miembro contaba con teléfono celular. Es decir, es evidente que el uso de estas tecnologías se ha multiplicado tanto que hoy es raro encontrar a alguien —niño, joven o adulto— que no tenga uno. Con la expansión del internet inalámbrico, la explosión de las redes sociales y las millones de ‘apps’ desarrolladas para hacernos la vida más cómoda y fácil, el ‘smartphone’ ha pasado de ser un simple teléfono o un gadget para convertirse en la extensión de nuestros deseos y fantasías. Un fetiche con el que nos acostamos todas las noches y nos levantamos todas las mañanas. Para muchos es una extensión de sí mismos.
Y esto, definitivamente, está cambiando la manera en que nos relacionamos con el mundo, desde la forma en que trabajamos y hacemos negocios, hasta el modo en que nos divertimos, tomamos fotografías, almacenamos o compartimos información, pasamos el tiempo libre, hacemos amigos y amamos. Su empleo está infiltrado en cosas tan personales y triviales como caminar y dormir.

Umberto Eco, en un relato del 2015 titulado ‘El teléfono celular y la reina malvada’, contaba el caso de una mujer que iba por la vereda con su rostro pegado al móvil, sin mirar a ningún lado, y que él, en vez de esquivarla, decidió interrumpir su camino. “Si yo no me hacía a un lado, chocaríamos. Como en secreto soy una persona malvada, me detuve de golpe y me di la vuelta. La dama chocó con mi espalda dejando caer su teléfono. Rápidamente, se dio cuenta de que se había topado con alguien que no podía verla y que ella debería haber sido quien se apartara. Balbuceó una excusa, mientras yo amablemente le decía que no se preocupara porque estas cosas pasan todo el tiempo en estos días”, escribió el semiólogo.

Mientras aconsejaba con sarcasmo que todos deberíamos hacer lo mismo en situaciones similares, añadía: “Si pensamos en ello con claridad por un momento, simplemente es asombroso que casi todos hayamos caído presa del mismo frenesí. Apenas sostenemos ya conversaciones cara a cara, ni reflexionamos sobre los temas apremiantes de la vida y la muerte, o siquiera vemos hacia el campo cuando pasa frente a nuestra ventanilla. En vez de ello, hablamos obsesivamente en nuestros teléfonos celulares, rara vez sobre algo particularmente urgente, mientras malgastamos la vida en un diálogo con alguien a quien ni siquiera podemos ver”.

Pero eso que sorprendía a Eco tres años atrás —¡parece un tiempo ya lejano!— ahora es casi una norma de convivencia social. Es usual que la gente camine con la mirada fija en el celular o que en una fiesta tres de cada cinco personas hablen y sonrían con el aparato sin siquiera mirar a quienes tienen al lado. En las reuniones laborales es natural que todos pongan los dispositivos sobre la mesa como armas listas para ser usadas en el momento necesario. Más allá de escribir o grabar mensajes por WhatsApp o de interactuar por Facebook o Twitter, el celular parece estar diseñado para que experimentemos sensaciones distintas a las que habíamos sentido con cualquier pantalla anterior.
“Se ha convertido en un control remoto universal”, dice el director de Inictel-UNI, el ingeniero José Oliden. Como en esa vieja película de Jim Carrey en la que con un artefacto minúsculo se podía alterar la realidad, el celular se ha vuelto un artilugio que es mágico y tecnológico a la vez. “Es un microcomputador adherido a nosotros mismos que cumple y amplía las funciones que antes tenían muchos otros equipos —explica—, como los relojes, las alarmas, las calculadoras, las cámaras fotográficas, los escáneres, las agendas, los mp3, el televisor, las consolas de videojuegos…, pero además se vuelve una interfaz capaz de ejecutar miles de aplicaciones, desde aquellas que nos sirven para comunicarnos o entretenernos hasta otras que cuidan de nuestra salud, como las que miden las calorías que quemamos al correr”.

Con toda esta variedad de usos no es difícil caer en la adicción, en el consumo desmedido que, como explican múltiples estudios, está cambiando nuestras relaciones sociales e íntimas, no solo las que transcurren en calles y bares, sino dentro de la casa, con los hijos, con los padres y la propia pareja. Hace un año, ‘The New York Times’ publicó un estudio en el que aseguraba que un adulto en promedio revisa su ‘smartphone’ 47 veces al día, cifra que casi se multiplica por dos entre los ‘millennials’, quienes lo hacen 82 veces.

Más que una adicción
Una encuesta difundida este año por la empresa Motorola —realizada entre octubre del 2017 y junio del 2018— preguntó a más de 126 mil personas en seis países latinoamericanos, entre ellos Colombia, si preferían renunciar durante un mes a su ‘smartphone’ o al sexo. El resultado es sorprendente (¿o ya no debería serlo?): el 48 % de los colombianos prefieren renunciar a tener sexo durante un mes antes que a su teléfono móvil. Esto va a la par con otros indicadores. Hace dos años, la revista ‘Psychology of Popular Media Culture’ encontró que el 70 % de las mujeres estadounidenses declaraba que el celular interfería con su relación de pareja. Y otra encuesta de la empresa informática Kaspersky descubrió que el 55 % de parejas discutía por el uso excesivo del dichoso dispositivo.

Esa imagen, un cliché, en la que una pareja joven aparece acostada en la cama, en silencio, mientras ambos miran hipnotizados las respectivas pantallas de sus teléfonos, no está lejos de representar la realidad.

A mediados de la década del 2000 se comenzó a popularizar en Australia la palabra ‘phubbing’, que une las voces inglesas ‘phone’ y ‘snubbing’ (despreciar) y que definía eso que ya entonces se vislumbraba como un problema en las relaciones contemporáneas: el ignorar a la pareja o a los amigos por el uso del celular. Desde entonces, el término —aceptado en el 2012 por el diccionario australiano Macquarie (aunque Fundéu prefiere el extraño neologismo ‘ningufoneo’)— no solo se ha vuelto popular, sino que se ha empleado para definir una especie de patología que está destruyendo matrimonios y relaciones.

El australiano Alex Haigh se ha vuelto conocido por haber creado la página StopPhubbing, en la que se reportan cifras elocuentes: el 87 % de los adolescentes del primer mundo prefiere el contacto a través del celular que cara a cara, y el 97 % de parejas que se quejan por no haber disfrutado una cena responsabiliza de esto al ‘phubbing’. Según la psicóloga mexicana María Obregón Soto —autora de la tesis ‘Phubbing y las relaciones interpersonales entre adolescentes’—, esta tendencia no es, como podría creerse, inofensiva, sino que se trata de “un malestar clínicamente significativo”, que está deteriorando la vida íntima, social y laboral de los individuos.

¿Pero es el ‘smartphone’ el culpable del fin de una relación o el instrumento que agudiza algo que ya estaba deteriorado? El sexólogo y psicólogo clínico Christian Martínez Monge responde: “En la mayoría de los casos, lo que sucede es que las nuevas tecnologías evidencian un problema ya existente en las parejas y que antes se expresaba de otras formas, pero que ahora lo hace a través del celular. Lo que el mundo digital está poniendo en evidencia son las dificultades para establecer vínculos saludables”, dice. 

“Antes, tras una pelea, él o ella se iban a dormir a otro cuarto o al sofá –continúa el experto–, pero ahora no: ambos prefieren quedarse en la cama y sacar el celular. Y el desplante es mucho más fuerte. Es como decirle a la pareja: ‘Me importa muy poco tu presencia, pues yo puedo divertirme con mi teléfono, chatear con mis amigos, etc.’. Eso que empieza como una huida se convierte, con el tiempo, en una costumbre”.

Según Martínez, las parejas que más se quejan de este problema son las que se encuentran entre los 30 y los 40 años, las que no han crecido con la tecnología, sino que la han ido adquiriendo en el transcurso de su vida. “En cambio —sostiene—, las de 20 años son mucho más tolerantes a esta situación, pues es muy probable que se hayan conocido, seducido y enamorado a través del celular; entonces lo ven como parte del juego amoroso. Incluso, el ‘smartphone’ les puede traer beneficios: hay prácticas como el ‘sexting’ o los mensajes por WhatsApp que preceden al encuentro íntimo. Para ellos es normal que antes de dormir ambos estén en la cama con su celular. Es parte de la dinámica de la relación”.

Los problemas no son solo de parejas quebradas o de padres de hijos adolescentes ensimismados en sus luminosas pantallas, sino que también están afectando a los niños. Los pequeños comienzan a familiarizarse con las pantallas incluso desde antes de cumplir el primer año. Parece que el primer recuerdo que guardarán en sus memorias será el de su madre o padre pegados al celular. Hace cuatro años, la revista ‘Pediatrics’ alertaba ya de esta nueva realidad y divulgó una investigación que concluía que más del 75 % de los padres norteamericanos usaba sus móviles mientras cenaba con sus hijos. El estudio recogía las respuestas de los niños, quienes se quejaban de la falta de atención y de que tenían que aprender a entretenerse solos.

Obviamente que esta soledad se agudiza con la aparición del ‘streaming’. Si antes la familia o pareja se reunía frente al televisor para ver los mismos programas o escuchar la misma música, ahora cada integrante tiene su propio aparato y se entrega a él por largos períodos, con los audífonos puestos. Esto que en apariencia otorga ‘libertad’ y ‘personaliza’ el entretenimiento, lo que refuerza, en el fondo, es el aislamiento más absoluto.

Medidas extremas
La adicción al celular es algo que ya no solo preocupa a psicólogos, sociólogos o estudiosos de la vida contemporánea, sino también a las compañías que los producen y venden. Existe un movimiento llamado ‘Bienestar Digital’, que busca reducir el tiempo que la gente pasa frente al teléfono. “El celular es una herramienta superútil y, de hecho, es el invento más importante de los últimos tiempos, pero ciertas cosas, como las redes sociales, han terminado saliéndose de control y generan adicción en muchos individuos”, dice Arturo Goga, experto en nuevas tecnologías que desde su canal de YouTube promueve el uso responsable de las aplicaciones. 

Según él, más que el mismo aparato, son ciertas ‘apps’ las que generan adicción, pues han sido desarrolladas para crear dependencia y hacer que no nos despeguemos de ellas ni un solo minuto. Esto, por supuesto, tiene un límite: “Los nuevos sistemas operativos de Android y el iOS 12 de Apple vienen con nuevas opciones de Bienestar Digital incorporadas a los dispositivos. Por ejemplo, si uno pasa demasiado tiempo en Facebook o Instagram, el sistema envía una alerta e incluso puede bloquear la ‘app’ después de media hora o una hora de uso, si así lo quiere el usuario”, dice Goga.

¿Será suficiente esta iniciativa? Goga duda respecto al éxito de la cruzada; algo así como contener el mar con un dique. Pero todo esfuerzo es válido; de lo contrario, las relaciones humanas terminarán siendo deformadas, como en ‘Black Mirror’.

Autocontrol
En las tiendas de apps, existen varias aplicaciones que ayudan a controlar el tiempo que uno pasa en el celular. Estas son tres alternativas: 

Freedom: se puede descargar del Appstore y con ella se pueden programar horarios de uso del teléfono. También se restringen notificaciones y ciertas aplicaciones. 

Offtime: esta 'app' que está en Android permite configurar recordatorios que indican el tiempo que llevamos usando el celular.

Detox: una aplicación que pretende cortar el mal desde la raíz. Una vez activada, Detox bloquea totalmente el teléfono después del tiempo que se le indique.



Fuente: JORGE PAREDES LAOS
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